No sé cómo empezar, hace tanto que no escribo en mi diario (no tan)íntimo que podría escribir toda la noche. Me doy cuenta que, en el fondo, todo sigue igual.. un sábado a la noche acá sentada, muerta de ganas de irme a preparar para una noche de esas que me gusta vivir. Pero no, todavía mamá no entiende que la noche es parte de mi rutina, que es mi forma más simple de ser felíz, y que tengo 18 años y un mes. Y todavía me tengo que tragar los "este finde te quedás acá".
Y ahí es cuando caigo de que no me sirve de nada esa imagen de facultativa que entra en el Colegio de Abogados a escuchar un discurso que me hace caer la baba de perfecto. La tengo a la imagen, me encanta sentirme así, me encanta vivir eso, es lo que soy, lo que quiero ser. Pero se me cae todo al carajo cuando me doy cuenta que para mamá todavía tengo 15 años y no va a asumir que crecí hasta que por arte de magia alguien le haga entender que su hija más chica es la más chica pero ya no es chica, se entiende?
Anto creció, y ahora las carpetas N°3 fueron reemplazadas por apuntes de 300 hojas para arriba, y noches de café y de no dormir porque se juega la promoción en un parcial. Y Anto quiere trabajar, Anto ama salir con sus amigos, vivir la juventud. Anto sueña con un futuro que le encanta vivir de cerca, hace cursos en el Colegio de Abogados y quiso más que nunca avanzar 6 años para sentirse una más de esos hombres con traje que le hablaban de esa forma tan particular. Anto es militante y está felíz porque cada vez da un paso más en la UCR que tanto ama. Anto puede ser felíz y tiene muchas herramientas para serlo. Pero Anto tiene dos mundos, uno en el que sueña y vive todas esas cosas que dijo; y otro en el que el primer párrafo de esta entrada sigue latente.
Que fácil sería todo si con tan sólo cruzar una puerta seguiría siendo la misma. Pero no, es rutinario y cada vez duele más, me doy cuenta cuando lamento la hora de bajar del colectivo sabiendo que me separan 5 cuadras para volver a ser la que no quiero; cuando en vez de estar contenta digo que voy a extrañar esas mañanas en la facultad sintiéndome la que quiero ser, la facultativa, de los apuntes, militante, futura abogada, que vive su juventud.
Pero es lo que me toca, y ahora vuelvo a ser la de 15. Hasta que mamá lo diga.
Basta para mí. Por favor.
Anto P.
Y ahí es cuando caigo de que no me sirve de nada esa imagen de facultativa que entra en el Colegio de Abogados a escuchar un discurso que me hace caer la baba de perfecto. La tengo a la imagen, me encanta sentirme así, me encanta vivir eso, es lo que soy, lo que quiero ser. Pero se me cae todo al carajo cuando me doy cuenta que para mamá todavía tengo 15 años y no va a asumir que crecí hasta que por arte de magia alguien le haga entender que su hija más chica es la más chica pero ya no es chica, se entiende?
Anto creció, y ahora las carpetas N°3 fueron reemplazadas por apuntes de 300 hojas para arriba, y noches de café y de no dormir porque se juega la promoción en un parcial. Y Anto quiere trabajar, Anto ama salir con sus amigos, vivir la juventud. Anto sueña con un futuro que le encanta vivir de cerca, hace cursos en el Colegio de Abogados y quiso más que nunca avanzar 6 años para sentirse una más de esos hombres con traje que le hablaban de esa forma tan particular. Anto es militante y está felíz porque cada vez da un paso más en la UCR que tanto ama. Anto puede ser felíz y tiene muchas herramientas para serlo. Pero Anto tiene dos mundos, uno en el que sueña y vive todas esas cosas que dijo; y otro en el que el primer párrafo de esta entrada sigue latente.
Que fácil sería todo si con tan sólo cruzar una puerta seguiría siendo la misma. Pero no, es rutinario y cada vez duele más, me doy cuenta cuando lamento la hora de bajar del colectivo sabiendo que me separan 5 cuadras para volver a ser la que no quiero; cuando en vez de estar contenta digo que voy a extrañar esas mañanas en la facultad sintiéndome la que quiero ser, la facultativa, de los apuntes, militante, futura abogada, que vive su juventud.
Pero es lo que me toca, y ahora vuelvo a ser la de 15. Hasta que mamá lo diga.
Basta para mí. Por favor.
Anto P.